22 jun 2013

Ionesco

Aparte del tema central de la muerte y del humor negro que usted comparte con los otros dramaturgos, hay en su obra un importante elemento onírico, de sueño. ¿La presencia de ese elemento sugiere la influencia del surrealismo y del psicoanálisis?

Ninguno de nosotros hubiera escrito como lo hizo sin la existencia del surrealismo y del dadaísmo. Al liberar el lenguaje esos movimientos nos abrieron el camino. Pero la obra de Beckett, especialmente su prosa, fue influenciada sobre todo por Joyce y la gente del Irish Circus. En tanto mi teatro nació en Bucarest. Teníamos un maestro francés que nos leyó un día un poema de Tristan Tzara que empezaba con "Sobre una onda de sol", para demostrar lo ridículo que era todo y la basura que estaban escribiendo los poetas franceses modernos. Tuvo sobre mí un efecto inverso. Me estimuló e inmediatamente fui a comprar el libro. Después leí a todos los otros surrealistas... André Breton, Robert Desnos... adoré el humor negro. (...) Todos ellos querían destruir la cultura, al menos la cultura organizada, y ahora forman parte de nuestra herencia. Es la cultura y no la burguesía, como se ha dicho, la que es capaz de absorber cualquier cosa para alimentarse a sí misma. En cuanto al elemento onírico, se debe en parte al surrealismo, pero en mayor medida está allí por mi gusto personal por el folclore rumano... lobizones y prácticas mágicas.

Entonces en 1950 usted apareció, o más bien diría que irrumpió en la escena francesa con La cantante calva. Las obras de Adamov se produjeron casi simultáneamente, y dos años más tarde se puso Esperando a Godot, de Beckett... tres dramaturgos de vanguardia que, a pesar de sus personalidades y producciones muy diferentes, tenían muchas cosas en común temática y formalmente, y que más tarde fueron conocidos como los principales exponentes del "teatro del absurdo". ¿Usted está de acuerdo con esta denominación?

Sí y no. Creo que fue Martin Esslin quien escribió un libro son ese título acerca de nosotros. Al principio lo rechacé, porque pensaba que todo era absurdo, y que la idea de absurdo sólo había ganado prominencia a causa del existencialismo, a causa de Sartre y de Camus. Pero después descubrí antecesores como Shekaspeare, quien decía en Macbeth, que el mundo está lleno de sonido y de furia, es un cuento contado por un idiota, que no significa nada. Macbeth es víctima del destino. Igual que Edipo. Pero lo que le ocurre no es absurdo a los ojos del destino, porque el destino, o la suerte, tiene sus propias normas, su propia moralidad, sus propias leyes, que no pueden transgredirse impunemente. (...) No ocurre lo mismo con nuestros personajes. No tienen metafísica, ni orden, ni leyes. Son desdichados y no saben por qué. La situación que viven no es trágica, ya que no tiene relación con un orden más alto. En cambio, es rídicula, risible y despreciable.

Confesiones de escritores. Los reportajes del Paris Review.
Ionesco. pp. 55 y ss. ed, El Ateneo, Bs. As, 1995.
 

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