17 may 2013

A. Miller

Bibilografía recomendada:

A. MILLER.

Vueltas al tiempo. Memorias. ed. Tusquest, Barcelona, 1988.
Al correr de los años. Ensayos reunidos. (1944 - 2001). ed. Tusquets, Barcelona, 2002.

Acá fragmentos de sus memorias.

Ninguna obra de interés tiene una sola fuente, al igual que ninguna persona existe psicológicamente en un solo lugar y un tiempo únicos. Pese a ello, como decía Tolstoi, queremos ver el alma del artista en su obra, por lo que el artista debe comprometerse consigo mismo y afirmar su autorretrato con firmeza. (p. 218)

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A propósito del fracaso tras el estreno de Las brujas de Salem.

Con lo que yo no había contado, sin embargo, era con la hostilidad del público neoyorkino, que se puso de manifiesto cuando quedó claro el tema de la obra; encima de sus cabezas se formó una capa de hielo, lo bastante gruesa para patinar en ella. En el vestíbulo, al final, algunas personas con las que tenía un trato profesional bastante estrecho pasaron por mi lado como si me hubiera vuelto transparente. (…) La obra comenzó a decaer, de manera inevitable, al cabo de un mes aproximadamente. (…) El resto de los actores quiso seguir con la representación aun con menos o ningún salario, sobre todo después de una función en que el público, al llegar la ejecución de John Proctor, se puso en pie y guardó silencio durante un par de minutos con la cabeza gacha. En aquellos momentos se electrocutaba a los Rosenber en Sing Sing. Algunos actores, ante aquellas filas de personas silenciosas y con la cabeza inclinada, no supieron qué sucedía y los compañeros tuvieron que decírselo entre murmullos. La obra fue para ellos un acto de resistencia a partir de entonces. (…)

Había hecho quitar los decorados para ahorrarnos el jornal de los tramoyistas e hice que la obra se representase al desnudo, con luces blancas que o se movían de sitio en ningún momento. Me pareció que ganaba fuerza gracias a aquel expediente de la sencillez. Nos las arreglamos para que permaneciera en cartel unas semanas más, hasta que dejó de acudir el mínimo de público que necesitábamos. Cuando cayó el último telón, bajé al escenario, me encaré con los actores, les di las gracias, ellos me las dieron a mí y todos nos quedamos mirándonos. Alguien sollozó, luego otro, y de repente, la enclaustrada frustración de los actores, unida al trabajo de más de un año para escribir la obra y corregirla, me estalló como una bomba en la cabeza y tuve que refugiarme en la oscuridad de los bastidores para llorar durante un par de minutos, tras lo que volví para despedirme. (p.334)

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