Algo que declarar
Levante las manos.
Entonces registró mis bolsillos.
Encontró cigarrillos, lápices,
un librito, una china, un mechero,
un Pen drive de 512 MB
y tres monedas de dos euros.
Me miró fríamente a los ojos
y me preguntó si tenía algo más.
Algo más que quisiera declarar.
Le dije que creía que un pañuelo.
¿Tiene algo en los zapatos?
Mis pies.
**
Algo que declarar. Poesía de no ficción. Bartleby ed, Madrid, 2007.
Polvo de estrellas
A él se lo escuché:
al científico, al escritor:
a John Gibbin:
Básicamente, dijo,
somos polvo de estrellas.
Sí, repitió, eso es lo que
somos: polvo de estrellas.
Convendría no olvidarlo.
Tenerlo siempre presente.
Polvo.
No estrellas.
**
Herencia
De mi padre heredé
Todo lo malo.
Sí, mamá, pero también
el amor por la lectura,
la aficción por las mujeres,
la cicatriz en el ojo,
la palabra a voz en grito,
la sublevación de las injusticias
y una tendencia natural
hacia el debate, la polémica y la discusión.
Porque discutimos, mi viejo y yo.
No hacemos otra cosa en realidad.
Si yo digo: Cervantes
él dice: El que era bueno era Quevedo
Si el dice: Israel
yo replico: Palestina.
No podéis estar juntos sino es discutiendo.
Mi madre no acaba de entenderlo. Que se ésa
nuestra única manera de comunicarnos
y de decirnos, el uno al otro, que nos queremos.
De mi padre, asimismo, heredé,
y espero que no demasiado tarde,
el coraje necesario para enfrentarme a la vida
y una honradez, poética, a prueba
de amiguismos, corruptelas y sobornos.
Como poeta, con su ejemplo, me enseñó
a no tener miedo, bajo ningún concepto,
de ninguna palabra, por malsonante
que ésta pueda llegar a ser. Me enseñó
a llamar a cada cosa por su nombre,
y lo más importante: a escribir, siempre, la verdad.
Por último, de mi padre, en vida, heredé
la casa en la que ahora vivo: quinto, once, plaza de la
Soledad.
**
David González.
Anda, hombre, levántate de ti, Bartleby ed., Madrid, 2004.
Levante las manos.
Entonces registró mis bolsillos.
Encontró cigarrillos, lápices,
un librito, una china, un mechero,
un Pen drive de 512 MB
y tres monedas de dos euros.
Me miró fríamente a los ojos
y me preguntó si tenía algo más.
Algo más que quisiera declarar.
Le dije que creía que un pañuelo.
¿Tiene algo en los zapatos?
Mis pies.
**
Algo que declarar. Poesía de no ficción. Bartleby ed, Madrid, 2007.
Polvo de estrellas
A él se lo escuché:
al científico, al escritor:
a John Gibbin:
Básicamente, dijo,
somos polvo de estrellas.
Sí, repitió, eso es lo que
somos: polvo de estrellas.
Convendría no olvidarlo.
Tenerlo siempre presente.
Polvo.
No estrellas.
**
Herencia
De mi padre heredé
Todo lo malo.
Sí, mamá, pero también
el amor por la lectura,
la aficción por las mujeres,
la cicatriz en el ojo,
la palabra a voz en grito,
la sublevación de las injusticias
y una tendencia natural
hacia el debate, la polémica y la discusión.
Porque discutimos, mi viejo y yo.
No hacemos otra cosa en realidad.
Si yo digo: Cervantes
él dice: El que era bueno era Quevedo
Si el dice: Israel
yo replico: Palestina.
No podéis estar juntos sino es discutiendo.
Mi madre no acaba de entenderlo. Que se ésa
nuestra única manera de comunicarnos
y de decirnos, el uno al otro, que nos queremos.
De mi padre, asimismo, heredé,
y espero que no demasiado tarde,
el coraje necesario para enfrentarme a la vida
y una honradez, poética, a prueba
de amiguismos, corruptelas y sobornos.
Como poeta, con su ejemplo, me enseñó
a no tener miedo, bajo ningún concepto,
de ninguna palabra, por malsonante
que ésta pueda llegar a ser. Me enseñó
a llamar a cada cosa por su nombre,
y lo más importante: a escribir, siempre, la verdad.
Por último, de mi padre, en vida, heredé
la casa en la que ahora vivo: quinto, once, plaza de la
Soledad.
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David González.
Anda, hombre, levántate de ti, Bartleby ed., Madrid, 2004.
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